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Mañana, lunes 16/12/2008Publicado en Bibliácora blog



Me lo había dicho una impresora. Sí, desde hace algún tiempo a algunos objetos les ha dado por hablarme, como a Millás.

A última hora, casi a oscuras, en una tarde de esas en las que uno se pregunta por qué no me voy ya a casa, me dirigí a por unos papeles que había mandado imprimir en la oficina. Lo que me encontré en la bandeja era una amenaza. Sólo cogí la primera hoja. Sólo una. Era una hoja prácticamente en blanco, como esas en las que sólo se pone el título del libro, en las que sólo aparece a modo de sentencia, en negrita y letra grande, una única frase: “Honrarás a tu padre y a tu madre”, este era el aviso. Siempre miro a mi alrededor cuando tengo miedo, pero allí estaba yo solo. Estaba dirigido a mí.

Hoy L. me ha mandado un cuento. Un cuento de padres. Un cuento como un poema de Sharon Olds. Este 2008 que se quiere acabar con tanta prisa ha sido para mí un año lleno de historias de padres. De padres que han sido, de padres que son y de otros que serán. Pienso en mi obligación de honrar a mis progenitores y desafortunadamente me doy cuenta de que las historias de padres que se han cruzado en mi camino son historias que no parecen nada honrosas. Pero quizás se trate de un engaño; quizás lo honroso sea que a pesar de toda la suciedad que acumulamos con los años, los padres, sea como sea, salen limpios al final del camino, al encuentro último con sus jueces. A nuestro encuentro. Para salvarnos.

“Esta noche me quedé de pie en el porche - ¿hacia dónde
miramos para hablarles a los muertos? Pensé en la
rosa nueva, y me acerqué hasta la
hierba gris - en realidad las cosas
de noche no tienen ningún color. Bajé
los peldaños de piedra, como si fuera hasta el lugar en el que
se habla con los muertos. La rosa estaba
a medio erguir, iluminada su blancura en el
aire negro . Más tarde recordé
tu día. Habrías cumplido noventa y yo te habría regalado
rosas. ¿Están ahí los muertos
si no hablamos con ellos? Cuando iba a verte
siempre estabas sentada tranquilita en tu silla,
sin poder hacer punto, por la artritis
sin poder leer, por la ceguera,
ahí sentada. Nunca supe cómo
lo hacías ni lo que pensabas. Ahora
me siento a veces en el porche, espero,
intentando sentir que estás presente como el color de
las flores en la oscuridad.”

Hoy L. me ha mandado un cuento. Un cuento de infancia que parece un poema de Sharon Olds. Pero yo tengo un problema de memoria con la infancia. Quizás sean mis vicios, quizás mi preocupación por mis obsesiones, o simplemente porque mi infancia transcurriera en otro idioma, pero no consigo recordarla. Ahora me parece que he sido viejo siempre, y para honrar a los padres hay que recordar la infancia; sea como fuere es lo única época de nuestras vidas en la que la vida tiene un sentido, o quizás no lo necesite. Más adelante llegan las expectativas y las cosas ya no encajan, los sentidos se derrumban.

“La tersa superficie, el sedoso lustre de su pelo
cayendo delicadamente por ellos
como el agua. Apoyé la mejilla – una vez,
quizás – sobre su firme contorno,
mi oído contra el peso negro de su corazón oculto. A lo sumo
una vez – sin embargo cuando pienso en mi padre
pienso en sus senos, con mi cabeza reposando
en su pecho fragrante, como si hubiese pasado
horas, años, en ese olor a pimienta negra y
tierra roturada.”

He intentado leer el cuento que me ha mandado L. varias veces esta tarde. Pero me derrumbo al segundo párrafo una y otra vez. Necesito más vino – el de esta noche es estupendo para estar bebiéndolo a solas – y para cuando se acabe me reconforta la presencia de la ginebra en el estante. Me vuelve a la cabeza ahora L.M. Panero, cuando decía que nos empeñábamos en negarles a los locos sus laberintos, en lugar de cogerles de la mano para acompañarles a través de ellos.

Yo por mi parte sé que cuando encuentro una mano a la que agarrarme, no me importa donde me lleve; que me sirva para entrar o para salir del él, no me importa el laberinto. Como a Sharon Olds, que llena de dolor todos sus poemas para reivindicar su triunfo, su supervivencia.

Me has abierto los ventanales para el viaje. Un viaje en 4x4 con el depósito repleto de gasolina, para que sea largo. Alguien canta en el asiento de atrás sin coger bien el tono, mientras juega distraída con una muñeca. No conduzco. Y aunque sea por un laberinto, no me bajo.

Hoy L. me ha mandado un cuento que me ha recordado al libro de Sharon Olds, leído ya hace tiempo. Y al igual que la impresora, el libro se ha puesto hablar conmigo. El marca-páginas, rojo y orgulloso en la página 92, me decía con enormes letras blancas: "Mañana, lunes".

http://bibliacora.blogspot.com/

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