Cuarenta poemas que reúnen las lecturas que han influído en la formación cultural de la escritora
01/03/2008Publicado en Revista Mercurio
Para quien no la conozca, Isabel Pérez Montalbán, cordobesa afincada en Málaga desde hace años, es una poeta de palabras mayores. Es también una persona tan cercana como huidiza, que parece un emisario diplomático de la que aparece en su escritura. Una escritora de altura que, poemario a poemario, ha ido convenciendo a los que se hayan visto atrapados por la capacidad de sobrecoger de sus textos. Ella ha elegido confesarse con el disfraz revelador de la poesía y en cada libro va saldando cuentas con los seres que la habitan, con su biografía, con su familia, con su cultura, con su identidad, con sus emociones, y, ahora, con su propia naturaleza de escritora. Este libro nos muestra su casa: la casa de las palabras de los otros, de todos los escritores que ha ido siendo al ir leyendo y que la han convertido en una mujer que confiesa.
Siberia propia es el título de un libro de cuarenta poemas trufados con centenares de citas de títulos o fragmentos de novelas, relatos, ensayos o poemas de otros tantos autores, clásicos, contemporáneos o actuales. Citas que luego ordena al final del libro con minuciosidad académica por orden de aparición y orden alfabético, como si de los actores y técnicos en los créditos de una película se tratase, dándole al poemario una intención de obra colectiva. Porque si empieza con una cita de la Carta de una desconocida de Stefan Zweig –que tan brillantemente llevó al cine Max Ophuls, tan grato a la cinefilia de Isabel– y, realmente, así llama en su interior a todo el poemario, termina en su último verso con una cita al libro de memorias de Neruda, a quien ella tanto reconoce, Confieso que he vivido.
Esta Siberia propia que nos ofrece es muchas cosas a la vez. Collage, obra colectiva de mano única y acción poética –no hay que desdeñar el conocimiento que posee Isabel del arte contemporáneo–. Un libro culto que nos recuerda el valor de la tradición en tiempos de desmemoria y suplantación y el hecho de que la posmodernidad ya construyó a una generación que se define por lo que elige y que usa el símbolo a sabiendas de su valor de cambio en el índice Nikkei de la cosa cooltural. Este libro reúne a la Isabel lectora y revisionista, la mujer que hace de sus elecciones, su poética y su humilde servidumbre. Siendo todos y todas, Isabel trasciende el rockcollection y crea una obra nueva, un arcón mágico que contiene centenares de cajones cerrados, llaves y puertas. Un Alicia en el País de las maravillas que no esconde su intención de megajeroglífico pero que puede leerse como el emocionante relato del amor pretendido y aterido de una mujer. Juguemos a la interpretación: Siberia es lugar abandonado donde el frío reina y donde exiliaban al olvido –donde habitaba otro exiliado, Cernuda– a los disidentes comunistas: el libro más emocionante de Isabel para este subjetivo cronista es Cartas de amor de un comunista. Y Siberia es la página en blanco como la vasta tierra –La tierra baldía con la que T.S. Elliot simbolizaba el fracaso amoroso– siempre nevada. Siberia es también blanca sábana donde el amor salvífico –otra invención cultural– promete y sucumbe a cada rato. O, en definitiva, es Siberia página en blanco donde me invento o descubro lo que soy. Y allí –en la nieve de los olvidados, en las sábanas donde los amantes conocen la tristeza que sucede a la pequeña muerte, la misma sábana mortaja que te envuelve, en el papel lleno de signos y memorias y testamentos– Isabel es su propia página en blanco esperando la mancha que provoca el disparo. ¿Total y qué importa?, acaba preguntándose. Para encontrarse con tu propia mortaja, con tu propia humanidad: uno es siempre los otros.
HÉCTOR MÁRQUEZ