Muescas del tiempo oscuro y Teatro de operaciones
01/04/2010Publicado en Revista Mercurio
En la tercera entrega de sus interesantísimas memorias, Jazz y días de lluvia, Antonio Martínez Sarrión ha contado cómo su primera colección de versos, titulada Poesía impura, fue felizmente extraviada por “alguna novia o amiga” del tiempo de la prehistoria. Cuatro años después, ya emancipado de las “escurriduras de la poesía social” aunque no del todo de su gusto por el “volatín surrealista”, publicó Teatro de operaciones (1967), que abre la trayectoria lírica de uno de los poetas importantes de la generación de los setenta, por llamarla de alguna manera. Ese y el posterior Pautas para conjurados (1970) son los dos títulos suyos que se mencionan en la célebre y polémica antología Nueve novísimos poetas españoles, aparecida el mismo año, donde Sarrión ocupaba –junto a su estricto coetáneo Manuel Vázquez Montalbán y el entonces aún inédito José María Álvarez– el lugar reservado a “los seniors” por oposición a los veinteañeros de “la coqueluche”, que en algunos casos –así Gimferrer– se habían anticipado a los mayores a la hora de dar a conocer sus primeros poemas.
De eso se trata aquí, de los primeros poemas de Sarrión, los que llegó a publicar y aquellos otros que no fueron recogidos en ninguna de las dos entregas citadas. Este volumen recupera el libro inaugural del poeta –parcialmente revisado en Última fe (2003), la antología preparada por Ángel L. Prieto de Paula para Cátedra– y ofrece una colección inédita de poemas de la misma época, mediados de los sesenta, que fueron desechados en su momento. Muescas del tiempo oscuro, los ha llamado el autor, que ha prescindido de la ortografía rompedora (sin mayúsculas ni signos de puntuación) que caracteriza a los poemas de Teatro de operaciones –también en esta edición, lo que crea una cierta discordancia– para disponer al modo convencional los poemas recién exhumados, al parecer escogidos entre muchos otros. El volumen se completa, como es marca de la colección, con una bien meditada “lectura” de Julieta Valero donde la poeta madrileña interpreta las claves de la poesía primera de Sarrión y algunas constantes de su obra, que desde principios de los ochenta –suele afirmarse pero es verdad– se fue alejando del culturalismo en favor de una expresión más íntima y depurada.
Son pues los años en que el Moderno, como era conocido por entonces –“¿cómo, coño, puedes ser tan decadente, habiendo nacido en Albacete?”, cuenta el autor que le dijo Gil de Biedma, tras escucharle leer unos poemas–, participaba en el nacimiento de la estética novísima. Pero Valero precisa con razón que el espectro de referencias de los autores del 68 es más diverso de lo que ha solido decirse. Y el caso de Sarrión –como ya señalaron Prieto de Paula, Andrés Trapiello o José-Carlos Mainer– es bastante peculiar en ese contexto. Aunque formalmente acogido a una intención rupturista, el poeta se muestra en esta primerísima época más apegado a la tradición que sus compañeros de escuela, por ejemplo a la hora de trazar, en la primera parte de Teatro, una memorable y personalísima evocación de la infancia. No desdeña, como otros, los modelos castizos, aunque tampoco es inmune al influjo estupefaciente de Breton o Élouard, expresamente homenajeados en el libro y cuyo gusto por la transgresión es celebrado en el estupendo poema dedicado a Cortázar: “oh los tremendos / viejos surrealistas…”. Entre los antiguos poemas ahora conocidos, hay algunos francamente menores junto a otros que son un regalo, como “Feliz entrada de año tenga usted” o el espléndido “Degenerados”, una divertida parodia del paradigma decadente que se diría dirigida a los más conspicuos o delicuescentes representantes de la escuela veneciana. Merece la pena leerlos, modernas reliquias del tiempo viejo.
IGNACIO F. GARMENDIA