La voz de Ted Hughes merece la pena
13/04/2010Publicado en El lector perdido. Libros para leer
Las antologías de poetas muertos ofrecen la posibilidad de una lectura narrativa siguiendo el desarrollo de su voz, que surge en un punto y termina en otro. Esa lectura es fascinante, preguntándose a dónde ha llegado un hombre desde un lugar determinado.
En El azor en el paraíso, la primera voz es la del hombre que mira la naturaleza, cómo se mueve, cual es la racionalidad de cada animal y que se descubre a sí mismo fuera de ella, ¿Qué hago aquí en mitad del aire?¿Por qué encuentro/ esta rana tan interesante mientras inspecciono su secreto/ más recóndito y lo convierto en el mío propio?¿Estos juncos/ me conocen se refieren a mí con qué nombre / me han visto alguna vez encajo yo en su mundo.
Esa voz que se sabe libre y limitada empieza a verse a sí misma como un cuervo incapaz de entender, sin conciencia de su identidad y separado de su origen. La agonía no disminuyó./ El hombre no podía ser hombre, ni Dios, Dios./ La agonía/ Se intensificó./ Cuervo/ Sonrió burlonamente/ Gritando: “Esta es mi Creación”,/Enarbolando la bandera negra de sí mismo.
Y la otra voz, la que cambia de interlocutor y no habla al mundo, sino a un tú, es la de un hombre que intenta reconstruir un trozo de vida incomprendida, como si las palabras, lo que él llama arte, pudieran curar una herida. Pone delante a la mujer muerta y le cuenta cómo fue su historia, quién era ella. Tus sienes, allí donde más se te adensaba el cabello,/ eran tu lugar sensible. Una vez, haciendo una prueba,/ Dejé caer una lima entre los electrodos/ De una batería de doce voltios: explotó/ como una granada. Como tú cuando alguien te cableó,/ Alguien bajó la palanca, provocando/ Aquellos truenos en la caja de tu cerebro. Ellos,/ Con sus batas blanqueadas, sus caras empalidecidas,/ Se cernieron de nuevo/ Para ver cómo estabas, presa en tus correas…
Lo más interesante de estos poemas dirigidos a un tú que ya no existe, que no tiene posibilidad de cambiar, ni de responder, es la descripción que hacen de una mente ensimismada. Mientras uno mira, la otra busca dentro, está dispuesta a encontrar lo que no se puede ver, a remover el incosciente. También Bartleby ha publicado la poesía de Sylvia Plath traducida por Xoán Abeleira. Contrastar su obra y pensar en las influencias mutuas puede resultar muy interesante. Desde Una cicatriz profunda / en un corazón destrozado / Jack la apañará. a Mi paisaje es una mano sin líneas / caminos que formaron un nudo / el nudo que soy yo misma.
La voz de Ted Hughes merece la pena. No es un hombre con una gran vida, eso es lo que cuenta en sus poemas, que se ha quedado en una observación inoperante. Y ese lugar desde el que escribe, el de la observación, el de mirar de verdad a lo otro como otro, merece la pena sentirlo. Es capaz de ver la diferencia, no de relacionarse con ella. Buscar en la naturaleza el sentido, en los hechos del pasado, buscar el sentido fuera del yo resulta, por lo menos, una opción a investigar.
La aportación de los estudios de Xoán Abeleira acerca de la concepción del mundo del poeta y de posibles interpretaciones resulta fundamental para adentrarse en la lectura. Las introducciones son difíciles porque suelen confundirse con trabajos académicos, en este caso, consigue acercar al lector al mundo poético, incluso guiarlo en la comprensión de las imágenes.
SILVIA BARDELÁS