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Con la misma sencillez con la que Kapuscinski explica su experiencia creativa fluyen las palabras en sus poemas 01/01/2008Publicado en Revista Literaturas



A estas alturas no hay que explicarle a nadie quién es Ryszard Kapuscinski. Su labor como reportero, su compromiso profesional, su valentía. Lo que quizá sí hay que aclarar es que Kapuscinski fue un excelente lector de poesía y también un poeta que escribe porque, como señala Murcia Soriano en su prólogo, “escribir poesía es un tipo de descubrimiento sorprendentemente valioso en uno mismo y de uno mismo. Una extraña y preciosa sensación.” Con la misma sencillez con la que Kapuscinski explica su experiencia creativa fluyen las palabras en sus poemas: esta poesía corre el riesgo de pasar inadvertida, incluso de resultar vulgar si no se la lee dos veces; entonces se encuentran momentos, construidos o descubiertos por las palabras, capaces de apresar algo en lo que no se había reparado pero que estaba ahí, entre todos nosotros. “Por un instante no aprecio la belleza/ porque no sé concentrarme”: ésa es exactamente la actitud que exige la lectura de los versos de Kapuscinski. 

En este volumen se recogen, en cuidada edición bilingüe, Bloc de notas (1986), Taccuino d´appunti (2004), Leyes naturales (2006)y algunos inéditos en los que el autor construye su extrañeza ante sí mismo, esa incapacidad de reconocer al niño que fuimos en una fotografía antigua: la enajenación y la alienación funcionan como leitmotiv del Kapuscinski poeta; el sentimiento traumático o el descubrimiento feliz del yo en el proceso y el producto de la escritura. Kapuscinski habla de la pérdida de visión, de lo borroso, de lo oscuro que cada vez se aproxima más, de lo que no se sabe, habla en definitiva de la fragilidad del ser y de su relación con la muerte: la naturaleza efímera de la rosa, el poder igualatorio de la muerte, la vida como río, la ausencia, los enfermos que sucumben, el poema-cuento sobre el yogui Ramamurti que muere y resucita por una cantidad de piastras tan insuficiente que decide morir de nuevo porque “sólo en la muerte está la vida...” La inaceptable y descortés idea de la muerte se alía con una religiosidad que muestra distintas caras: desde el misticismo teresiano hasta la presencia del rosario y el ecce homo, pasando por la música celestial, casi a lo Fray Luis, de la trompeta de Armstrong o del saxo de Charlie Parker... En “Dios mira calla”, Dios es una ausencia-presencia, una imaginación necesaria para que se apiade de nosotros. La visión estética de Kapuscinski aparece condicionada por su religiosidad en “Permanece aquel que ha creado su mundo.”

Esta poesía recuerda el modo de aproximarse a la realidad de John Berger, en el sentido de que la geografía se presenta como “noción subjetiva” y el viaje es un elemento configurador de una mirada y de un sujeto que es en y del viaje. Es la poesía de alguien que mira y que, lejos de fijarse en el clímax épico –el dato que podría congelarse en la noticia- se concentra en el detalle marginal (“El desierto de los tártaros.”) La devastación de los sujetos como víctimas de la Historia también está presente en la poesía de Kapuscinski por su pertenencia a un tiempo, a un espacio, a una profesión y a una especie: la humana. Al igual que Miguel Ángel descubre a sus personajes dormidos dentro de la piedra, “El escultor de Ashanti” busca ojos en la corteza de los árboles; cuando los halla, mira aterrorizado. Al abordar el tema de la mirada, las fotos son una metáfora que sirve a Kapuscinski no sólo para expresar la extrañeza ante uno mismo, sino también para marcar la diferencia entre lo que el fotógrafo quiere mostrar y lo que recupera el observador: en el tramo intermedio queda una miríada de decisiones que tiene que ver con la voluntad de ser felices a toda costa y de convertir el horror en una suerte de intrascendencia asequible; por esos, dos muchachas al contemplar a un joven uniformado, posiblemente muerto en la guerra del 14, sólo constatan el parecido físico con un conocido de ambas. Las fotos son un mecanismo siniestro en la medida en que el que las ve ahora sabe todas las cosas que en su momento no podían prever los seres fotografiados: la inminencia de un desastre, de una guerra, de un dolor. La ingenuidad de los fotografiados nos hace temer nuestra propia ingenuidad: una que sólo podrán certificar nuestros descendientes a lo largo del curso de la Historia. En “Exposición de fotografía “Polonia hasta 1945”” lo que dicen los pies de foto no es lo mismo que lo que comentan los espectadores, y el lector se queda perplejo a causa de la distancia que separa al que muestra del que recibe, pero también por la distancia entre la mirada y la voz que cristaliza en el eterno problema del lenguaje, de la búsqueda de una palabra poética sana y “limpia” que, en Kapuscinski, “son llamas solidificadas”, pasos intermedios “entre la creación y el exterminio”, lugares que no deberían servir para silenciar la propia voz. Kapuscinski devanea con el silencio, pero el silencio se le llena de voces que incluso se recogen en los poemas más coloquiales a través del estilo directo. Siguiendo el lema “todo es poesía” de Stachura, el autor escribe un poema que es un texto encontrado: un calendario ornitológico; un objeto de la vida cotidiana es poético y la naturaleza toda, también todos los pájaros, son poesía. En “Un mundo para los verdes” y en el poema inmediatamente posterior (in memoriam J.P.) se adivina cierto escepticismo respecto a la ecología, porque los árboles son “posible arsenal de instrumentos de tortura y muerte” y el objetivo de la conservación de los bosques puede ser que la gente muera “asesinada con palos de madera.” Kapuscinski aplica sobre sí mismo una máxima moral que sobrevuela sus versos: la de enfrentarse contra lo que está ahí, pero enfrentarse de otra forma: a través de la persistencia, “Tienes que y tienes que...” escribe. En “Anotando una idea” no interesa tanto la visión estereotipada, repetida hasta la saciedad, de que ni las banderas, las nacionalidades o las filiaciones políticas configuran al hombre, como el hecho de que es urgente persistir en la idea misma de lo humano: insistir en lo que debería existir y haber, y no tanto en lo que realmente hay y existe.

Algunos de los títulos de este volumen remiten a un concepto de poesía sin resobar: la idea es una iluminación que surge limpia y limpiamente se recoge haciendo uso de las palabras más precisas y menos peculiares; la poesía es un trabajo de campo, algo que tiene lugar mientras las cosas están sucediendo, surge al hilo de la vida y, para algunos, no hay más remedio que escribirla porque, según el propio Kapuscinski, “hay cosas que no se pueden decir de otra manera.” 

MARTA SANZ

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