Raro y hermoso
08/10/2008Publicado en El Comercio
A seguran sus biógrafos que Brigitte Reimann pasó por este mundo como un arco de puro fuego: que escribió mucho y bien, que amó mucho y sin descanso, que vivió muchas vidas en apenas 39 años. Su fulgor fue tanto mayor cuanto menor fue su duración. Suele suceder: las estrellas que se apagan jóvenes brillan con más intensidad que las que se extinguen por agotamiento. Sobre todo si brillan en un país tan excepcional como fue la República Democrática Alemana, un país de cuya literatura, salvando contados deslumbramientos (Christa Wolf el más eminente), tan escasas noticias hemos tenido en España.
Bartleby ha publicado en 2008 Los hermanos, novela que informa de la medida exacta del talento de Reimann y del singular lugar que ocupa dentro de la literatura europea de posguerra. Los hermanos narra el desconcierto de una joven artista ante la huida a la República Federal Alemana de sus dos hermanos varones, hermanos con los que mantiene una relación teñida de una sensualidad infrecuente, que por momentos logra convertir la novela política en novela erótica, transmutando esta pieza, que retrata el malestar de una época, en una indagación sobre la intimidad entre hermanos de sangre y sus peculiares alfabetos. Texto acerca de la tensión que el compromiso socialista exigió a sus artistas en aquellos países que crecieron bajo el paraguas soviético después del año 1945, Riemann anticipa en 'Los hermanos' algunas de las claves que el cine alemán más reciente ha descubierto al espectador occidental, caso de la contaminación ideológica y el consiguiente dilema del creador entre mantener su exigencia política -excluyente por definición- o ser fiel a su compromiso estético -universal por necesidad-, tema que trató magníficamente la celebrada 'La vida de los otros'.
En tiempos en que se observa un cierto desencanto respecto al papel que la literatura puede desempeñar en la construcción de la responsabilidad del escritor frente a su sociedad, 'Los hermanos' constituye una lectura excelente por infrecuente, al saber combinar, con raro aunque hermoso equilibrio, dos pasiones a las que todo artista puede llegar a enfrentarse un día: el amor a un ideal y el amor a las personas que ya no creen en ese ideal. RICARDO MENÉNDEZ SALMÓN