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Shakespeare, menudo canalla 05/01/2009Publicado en Público



Los sonetos del gran bardo han crecido en calor, descaro y desvergüenza gracias a la nueva versión que aparecerá en los próximos días y que rejuvenecerá un texto absolutamente pasional.

A todos los efectos Shakespeare es un autor anónimo. De ahí que todavía hoy haya personas que dedican su vida entera a tratar de demostrar que sus obras teatrales son de terceros.

Entre los más destacados acosadores de la firma de William Shakespeare, Freud fue firme partidario de acuñar la teoría de que son obras del conde de Oxford. Pero de todas las curiosidades, chismorreos y tonterías que se han escrito sobre el autor inglés, son sus sonetos los que más atención han tenido por parte de la historia de la rumorología universal.

Prácticamente no sabemos nada acerca de las circunstancias históricas en las que Shakespeare escribió estas 154 piezas, porque tampoco se sabe cuándo fecharlas, aunque todos sospechan que es una obra temprana. Los estudiosos apuntan a esta época porque parecen más propias de un joven que de un viejo.

Tampoco sabemos a quién están dedicadas y todo sugiere, a falta de pruebas desconocidas a día de hoy, que nunca lo sabremos. Shakespeare está cosido a conjeturas, que no terminará de aclarar la nueva traducción de los sonetos, publicada por Bartleby en los próximos días en nuestras librerías.


Lo estaba pidiendo

Sin embargo, esta traducción sí enseñará a un tipo desvergonzado y canalla, con la mano suelta y encendida para hablar del amor más elevado, y del amor entre sábanas. Un tipo con una cara que hasta el momento, en las anteriores traducciones al castellano que habíamos leído, no existía.

Lo contenido desaparece y llega el Shakespeare socarrón, capaz de meter “mucha broma gruesa” entre su lírica, tal y como hacía en su teatro. Así piensa Christian Law, el traductor que pretende –tal y como escribe en el prólogo del poemario– “rejuvenecerlo y fortalecerlo en su largo viaje por los siglos”. Y se muestra eufórico al escribir que “hay que hacer lo imposible porque tenga una influencia real en los días que vivimos”.
Más tarde, nos dirá que cada generación debe volver a traducir los clásicos, “aun a costa de perder literalidad en muchos pasajes”. Con esa decisión, ha logrado unos poemas más fluidos y naturales.

“Exagerando podría decirse que uno de estos poemas, traducido hoy, no debería desentonar como mensaje adjunto en un e-mail galante”, toda una puesta en marcha de unos principios que han traído una versión en la que no priman el decoro ni la denotación, sino ordinariez implícita. “A veces parece rogarlo”, advierte Law.

Los sonetos tocan sentimientos de felicidad pura, de devoción amorosa, y se mezclan con otros en los que se expresan el distanciamiento y el abatimiento. Al poeta, dramaturgo y crítico literario W. H. Auden (1907-1973), que escribió un prólogo a una de las ediciones de los sonetos en inglés, no le extrañó que los sonetos no incluyeran algo así como una teoría del amor, porque ya sucede en las obras teatrales, donde es imposible estar seguro de cuáles son sus creencias personales en tal o cual asunto: “Shakespeare se contenta con descubrir tan solo la experiencia”, dejó dicho.


Amor a toda costa
En calidad de testigos, leemos los sonetos dirigidos a dos personas: hasta el 126 están dedicados a un joven; del 127 al 154 a una mujer, que para muchos tenía cabellos oscuros, pero que para nuestro traductor es negra. Tampoco le cabe la menor duda de que hay una relación homosexual evidente en los escritos dedicados al joven.

Este amigo es el tipo de hombre que no es agradable, capaz de hacer uso de sus encantos cuando quisiera, frívolo, frío de corazón y egoísta, un engreído consciente del poder que ejercía sobre Shakespeare. Ajeno del todo a la intensidad de los sentimientos que había desatado. Para Christian Law, el amor que demuestra con ella es mucho más “carnal”. “Los dirigidos al hombre son sentidos y los dirigidos a ella lujuriosos, incluso, agresivos. Algunos tienen tintes machistas”, dice después de haberlos estado tratando cara a cara y de haberles hecho decir lo que nunca antes se atrevieron.

Los sonetos no obedecen a ninguna secuencia planeada. Responden a una escritura impropia de un texto que más tarde se enfrentaría a la lectura pública. De ahí que para muchos lo mejor sea aceptar la ensalada en la que nos ha llegado, porque eso podría querer decir que fueron publicados sin el consentimiento de Shakespeare. “Es imposible que deseara dar a la imprenta los sonetos, e incluso que pudiera haber mostrado la mayoría al joven y a la mujer, sean quienes fueren, a los que están dedicados”, escribe Auden.

El poeta y crítico recela de la publicidad de ese tono tan obsesivo que el autor muestra por la mujer negra en una sociedad victoriana, es decir, hipócrita en su moral, castradora en sus hábitos no consensuados (la sodomía era un delito sancionado con la pena de muerte) y en la que abrir el corazón no podía traer nada bueno. Esta confesión autobiográfica asusta. Sin embargo, a Shakespeare todavía le faltaban siete años para morir cuando fueron publicados los sonetos por primera vez. “Debió sentirse espeluznado cuando se publicaron”, insistió Auden.

Estos poemas –que parecen pertenecer más a un ámbito privado, desde donde se escriben las cartas para que sólo las lea la persona interesada– a ratos son tan oscuros como un diario, en el que el autor no se detiene a explicar lo que es evidente sólo para él. Pero ya en ellos sobresale el oído infalible de una persona que fue afinando poco a poco, hasta llegar a la maestría de los efectos más complejos. Así el tono cantarín, ligero y nada áspero.

La rima no importa
Sin embargo, no ha sido hasta el siglo XX cuando se recuperó la valía de los sonetos. Antes sufrieron el desaire de poetas como John Keats: “Parecen rebosar asuntos excelentes, pero dichos sin intención; tienen la intensidad de la pretensión más elaborada”.

Hoy parece que aceptamos mejor la pretensión y el artificio. Y no importa que la pasión llegue tan deliberada. ¿Y el hecho de actualizar el léxico, acentuando lo procaz y priorizando el tono a la rima? Christian Law le quita hierro al asunto, simplemente, comenta, ha intentado despojarle de lo retórico. “He prescindido de la rima, porque si no debería haber tenido que traicionar absolutamente el poema original”, apunta Law, porque el inglés es mucho más sintético y siempre hay términos que se pierden.

Para llegar a estos nuevos términos, el traductor ha sido todo lo impudoroso que le ha permitido su pudor (“Se puede ir más allá y seguro que en los próximos años llegará”, amenaza), para llegar a decantarse por el tono grosero que el bardo exhibía junto a sus joyas. “Shakespeare era un maestro en eso también, en dar carnaza al público”.

PEIO H. RIAÑO

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