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Entrevista a Jorge Urrutia 01/06/2010Publicado en Revista Leer



En su última obra, De una edad tal ven nunca vivida (Bartleby), el poeta ofrece una serie de cuadros, vividos o soñados, que trazan la historia de una infancia transcurrida durante la posguerra española.

¿Qué tiene la memoria que resulta tan difícil sustraerse de a ella?
Para empezar, que es memoria. En caso contrario sería olvido. Después, que se encuentra en ella una fuerza similar al elixir de la eterna juventud: permite recuperar el tiempo transcurrido, no siempre perdido. En tercer lugar, la memoria ofrece una realidad ordenada simbólica y narrativamente. La memoria, para el escritor, es una mina.

¿Cuáles son los mayores riesgos de enfrentarse con el pasado?
Descubrirse uno mismo con una imagen que desde el presente juzgamos equivocada o maligna.

¿Cuánto hay de realidad y cuánto de ficción en su libro?
No sabría valorarlo bien, porque he ficcionalizado el recuerdo y he interiorizado la invención como realidad sucedida. En eso consiste, precisamente, el juego del libro.

Se dice que la mentira es una parte sustancial del oficio de escribir. ¿Tiene también cabida en un reto de este tipo?
El escritor es alguien que, además de otras aptitudes específicas, posee la de saber mentir. Para lo contrario están los notarios y los guardias civiles de las unidades de atestados e informes. Sé bien que existen escritores con mentalidad de guardia civil, pero prefiero a los guardias civiles escritores como José Riquelme, que era de Jimena de la Frontera, el pueblo que tanto aparece en mi libro.

¿Qué capítulo o capítulos le costó más escribir?
Sin duda alguna de los finales en los que me enfrento conmigo mismo y con el modo en que contemplé los últimos días de Leopoldo.

¿Viajar a la infancia no es asomarse al abismo? ¿Qué hay en el fondo?
Siempre entrar en uno mismo es recorrer las galerías de mina del alma, que hubiera dicho Antonio Machado. Antes empleé ya el término mina, que tienen varias significaciones. Se trata, pues, de un ejercicio psicoanalítico: doloroso pero purificador. Desasosegante, pero tranquilizador.

Además de la recuperación de una herencia cultural y humana, está la búsqueda de la palabra primigenia, la auténtica obradora del lenguaje… ¿Qué hay, en su opinión, más allá de esa palabra?
La literatura no se hace ni con recuerdos ni con intenciones. Se hace con palabras. Luego toda búsqueda literaria lo es de la palabra y a través de la palabra. Uno acaba no siendo más que verbo. La búsqueda de uno mismo desde el recuerdo de la figura del padre y la voz de la madre no se resuelve en el sujeto narrador más que por el encuentro de la propia palabra. Es la que nos constituye. Y esa búsqueda, desde la propia leyenda y la mitificación de la memoria constructora de una realidad, termina en la conciencia de la propia vida como experiencia nombrable. Por eso, tras el recuerdo y la invención, queda la duda de aquello y la constancia del ser en el propio tiempo.

AURELIO LOUREIRO

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